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Guía Didáctica

Recitales para jóvenes de la
Fundación Juan March Curso 2017/2018

Músicas al encuentro: jazz & clásica

6. La improvisación en la música

En la historia de la música occidental han existido momentos en los que, a pesar de las partituras, la improvisación ha sido un elemento muy importante en la creación musical. A veces, los intérpretes han introducido sus propias ideas musicales a través de pequeñas o grandes ornamentaciones y en otras ocasiones han sido los compositores los que la han considerado un elemento esencial, creando técnicas y estructuras basadas en esta práctica.

Numerosas formas musicales como el preludio, la tocatta, el ricercare o la fantasía, entre otras, tienen su origen y se definen a partir de la improvisación. Desde la ornamentación melismática improvisada de la palabra Alleluia que hacían los cantores en la Edad Media (Iubilus), hasta la cadenza de los conciertos solistas, podemos identificar muchos ejemplos de la presencia de la improvisación y la música no escrita en la música clásica.

Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que hasta bien entrada la Edad Media la improvisación formaba parte de la práctica o ejecución, debido a que el sistema de notación de la obra musical era bastante impreciso. En los tratados Musica enchiriadis y Scolica enchiriadis (de c. 900), se recogen por primera vez las normas para componer obras polifónicas usando octavas, quintas y cuartas paralelas. Los cantantes añadían una línea melódica que se improvisaba durante la interpretación sobre una melodía gregoriana. Posteriormente se introducen técnicas de improvisación que incorporan armonías a distancia de tercera y de sexta, como el faburden y el discanto inglés.

La importancia que tuvo esta práctica especialmente en el ámbito de la música instrumental durante el Renacimiento, la conocemos a través de tratados como la “Declaración de instrumentos musicales” de Juan Bermudo (Osuna 1555), “Arte de tañer fantasías” (Valladolid, 1565) de Tomás de Santa María y “Tratado de glosas” de Diego Ortiz (Roma, 1553). Según señala Jordi Savall, esta obra, además de reflejar la genial personalidad del autor y ser testimonio del alto nivel alcanzado por los músicos españoles del siglo XVI en el arte de la variación instrumental, fue esencial en el proceso de configuración del propio lenguaje de la música instrumental que comenzará a alejarse de los modelos vocales, así como en la génesis de formas y procedimientos, como la variación contrapuntística, el Bajo ostinato y el Bajo continuo, que tendrán una importancia determinante en la música vocal e instrumental de los siglos XVII y XVIII.

Diego Ortiz explica con multitud de ejemplos el arte de glosar y describe cuáles son las formas de tañer la viola de gamba: “la primera es fantasía, la segunda sobre canto llano, la tercera sobre compostura”. La fantasía era la forma de improvisación por excelencia; la segunda manera consistía en desarrollar un contrapunto sobre una melodía o cantus firmus o sobre la base de una línea de bajo que se repetía a lo largo de toda la obra, denominados tenores, grounds o bassi ostinati; y una tercera práctica era improvisar sobre obras ya compuestas, como madrigales y motetes. Algunos de los bajos más conocidos de aquella época son danzas como el passamezzo, la romanesca, los canarios y las folías.

Imagen extraída de Investigando los estilos musicales, de Roy Bennett Imagen extraída de Investigando los estilos musicales, de Roy Bennett

En España van a tener especial importancia las diferencias, variaciones instrumentales sobre un esquema melódico-rítmico que se repite en cada estrofa y que se utilizaban para cantar romances. Las más conocidas son el “Conde Claros” y “Guárdame las Vacas”.

Vicente Parrilla Quartet - Conde Claros

Luys de Narváez "Siete Diferencias sobre Guárdame las vacas"

Durante el Barroco la improvisación sigue siendo una cualidad fundamental de los músicos. Tenemos múltiples testimonios de la admiración que causaban cuando improvisaban sobre un tema al azar, grandes compositores como por ejemplo Corelli, Bach, Haendel, Buxtehude, Frescobaldi o Scarlatti.

Este periodo desarrollará hasta el extremo la ornamentación melódica que, aunque es una práctica que se remonta a la Edad Media, en este momento adquiere una importancia especial. Escritas parcial o totalmente, no siempre tuvieron la misma forma estandarizada y siempre conservaron una parte importante de improvisación. Músicos como Quantz, Carl Philipp Emanuel Bach, Friedrich Agricola, Leopold Mozart o Johann Mathesson escribieron en el siglo XVIII tratados que recogen el procedimiento para realizar correctamente su ejecución.

Otro camino que traza el Barroco y en el que es fundamental la improvisación es el bajo continuo o bajo cifrado. Está técnica consiste en un sistema de acompañamiento a base de acordes que no están escritos en la partitura. Los compositores escribían la línea melódica del bajo con unas cifras que indicaban los acordes que se tendrían que utilizar sin especificar el contrapunto, de forma que no existía una única forma de ejecutarlo y eran los intérpretes los que añadían acordes, arpegios y otros adornos.

Este procedimiento, que permitía condensar la armonía en una sola línea, podía ser realizado por cualquier instrumento polifónico de tecla. A veces era ejecutado por varios instrumentos de tecla como el órgano y el clavecín, o de cuerda pulsada como el arpa y el laúd, pero también era común que un instrumento grave como el violonchelo, el contrabajo, el fagot o la viola de gamba realizara la línea escrita del bajo y otro más agudo interpretara el cifrado.

Fragmento del bajo continuo del madrigal Amarilli mia bella de Giulio Caccini y una realización a cuatro voces

Otro ejemplo del barroco en el que las partituras dejan un espacio a la improvisación son los Preludes non mensurés (preludios sin compás) para laúd y clave. En los preludios para clave de Louis Couperin, el compositor renuncia al compás y emplea una notación específica a base de grupos de redondas que aparecen conectados entre sí mediante curvas. La duración de cada nota se deja al criterio del intérprete.

Preludio

Incluso en la época más clásica de la música clásica, la segunda mitad del siglo XVIII, con la aparición del concierto virtuosístico, los compositores van a crear una de las fórmulas más importantes de la improvisación, reservando específicamente un lugar para la música no escrita: la cadenza.

Por definición una cadenza o cadencia es un pasaje escrito o improvisado interpretado o cantado por un solista o solistas, de carácter virtuosístico. Es un momento dentro del concierto en el que la orquesta deja paso al solista y éste muestra todas sus capacidades interpretativas y habilidades técnicas. Generalmente las cadencias se encuentran al final de un movimiento, en muchos casos el primero o el último, pero pueden ocurrir en cualquier otro momento, como en muchos de los conciertos románticos. También pueden existir varias cadencias para un mismo concierto. Se piensa que tienen su origen en los ornamentos que realizaban los cantantes en la cadencia final de las arias. De la ópera pasó a la música instrumental como un elemento de la forma concierto que a veces se improvisaba y, a lo largo del Clasicismo y en el siglo XIX, evolucionó y se consolidó como una parte escrita, aunque no todos los conciertos incluirán siempre una cadencia de forma obligatoria.

Mozart fue uno de los mejores pianistas de su tiempo que mostró muy pronto su preferencia por el pianoforte frente al clave. Sabemos que compuso la mayoría de sus obras para piano, las sonatas para violín y los tríos con piano para interpretarlas el mismo y que fue famoso por sus improvisaciones. Muchas veces sorprendía en sus conciertos con las cadencias, especialmente cada vez que le ponían a prueba, como recogen varios testimonios en su correspondencia. Conservamos solo una parte de las cadencias escritas de sus conciertos. Aunque a veces se escribían, era una práctica común improvisarlas en cada interpretación. De sus veintisiete conciertos para piano, en el siglo XIX se hizo especialmente famoso su Concierto nº 20 en Re menor, KV466 (1785) perteneciente a los denominados “conciertos vieneses”, uno de los que no conservamos cadencia escrita. Beethoven, Brahms o Clara Schumann fueron algunos de los músicos que se sintieron fascinados por esta obra y escribieron cadencias para este concierto. La mayoría de las veces que se interpreta en la actualidad se utiliza la cadencia que escribió Beethoven.

A principios del siglo XIX Carl Czerny, que fue alumno de Beethoven, escribió uno de los tratados más interesantes de la época, una introducción a la improvisación para el pianoforte, que pone de manifiesto la importancia que tenía esta práctica en este momento:

"... el talento y el arte de la improvisación consisten en presentar, durante la interpretación, en el estímulo del momento, y sin preparación inmediata especial, cada idea original o prestada en un tipo de composición musical que, aunque de mucho más libre forma que una obra escrita, sin embargo, debe ser formada en una totalidad organizada en la medida en que sea necesario para seguir siendo comprensible e interesante."

Carl Czerny: A systematic Introduction to Improvisation on the Pianoforte, op. 200, Viena.


Os invitamos a recordar el ciclo de conciertos A la manera de la música improvisada que ofreció la Fundación Juan March en 2013. En los videos de cada concierto los propios intérpretes, Uri Caine, Emilio Molina, David Dolan y el grupo de música antigua More Hispano muestran cómo se utilizaban estas prácticas de improvisación en estilos y momentos históricos distintos: el Renacimiento, el Clasicismo, el Romanticismo y el jazz.